El primer programa de la temporada de la Euskadiko Orkestra reunió a dos compositores franceses: Berlioz y Ravel. Una selección de dos obras en las que la voz está presente, con la actuación de Miren Urbieta-Vega y el coro Landarbaso.
Herminie (1828) de Hector Berlioz fue la composición escogida para iniciar la programación de la Euskadiko Orkestra. Una pieza donde la donostiarra Miren Urbieta-Vega pudo mostrar su canto al público del Kursaal, con una ejecución cuidada y precisa con la composición. La obra del compositor francés no presenta una gran disposición orquestal como pueden ser otras de sus más interpretadas obras sinfónicas. Mantiene a la agrupación en un plano inferior con una escritura básica donde se intercalan los recitativos con las arias. No presenta un acompañamiento refinado, ya que la sección de cuerdas mantiene unos diseños estables y reserva a los vientos para alguna combinación puntual, sin demasiada relevancia.

También es remarcable la decisión del director Stefan Blunier, quien confió en Urbieta-Vega la realización de aquellas partes que podían ejecutarse con mayor libertad. Las referencias para las intervenciones orquestales estaban guiadas por la voz de la soprano. Este hecho es comprensible cuando se trata de algunos recitativos, donde la cantante tiene cierta libertad y es el director quien responde. Sin embargo, cuando sigue un tutti de gran relevancia puede ser una decisión mucho más arriesgada, dando lugar a pequeños desajustes entre soprano y orquesta. Este hecho no fue un problema para la batuta de Stefan Blunier quien demostró con solvencia el conocimiento del repertorio.
Después de una pequeña pausa tendría lugar la interpretación de la versión sinfónica del ballet Daphnis et Chloé (1912). La obra del compositor Maurice Ravel se interpretaba con la colaboración del coro Landarbaso. Un detalle que no puede pasar desapercibido, ya que la programación de Daphnis et Chloé (1912) puede contar con distintas versiones. El propio compositor realizó posteriormente dos suites orquestales, a su vez también se interpreta sin coro (en Vitoria se ejecutó sin coro). No es extraño en la producción de los ballets de Sergei Diaghilev, algo parecido ocurre con Stravinsky.
La inclusión del coro en esta pieza es relevante, incluso cuando la letra solo se limite a una mera vocalización en torno a la vocal “a”. La belleza con la que se fusiona con la orquesta incrementa notablemente la ejecución de la pieza. También es importante resaltar la profesionalidad de Landarbaso Abesbatza, un coro con el que se puede intuir un trabajo de unificación vocal formidable, donde el equilibrio entre los distintos timbres y cuerdas es destacable.

La ejecución de Stefan Blunier fue delicada, especialmente en el rango dinámico del piano. Blunier supo insistir a la agrupación en una dinámica que resulta fundamental para la comprensión de la pieza. Una obra con una duración extensa puede correr el peligro de caer en la saturación del sonido, donde interpretar a una intensidad mayor puede permitir un mayor confort. En cambio, Blunier supo dirigir la música hacia aquellos puntos donde Ravel despliega el total de la orquesta.
Tal vez, el trabajo de unificación en las secciones fuertes pueda presentarse con otro equilibrio, ya que mantener una sonoridad equilibrada entre todos los planos sonoros es un reto mucho mayor para la agrupación y el tiempo de trabajo es limitado.
Tras finalizar la pieza Stefan Blunier salió junto a Iñaki Tolaretxipi para felicitar la actuación del coro. Posteriormente se trasladó a la sección de vientos para ir saludando a los distintos solistas y cuerdas, que desempeñaron un trabajo acertado.
Un inicio de temporada satisfactorio para una situación de cambios en la agrupación, ya que en esta temporada no se ha establecido una figura de director titular al frente de la Euskadiko Orkestra. A pesar del problema que supone este hecho, esperemos que el inconveniente no se vea reflejado en la interpretación de buena música, tal y como ocurrió el pasado miércoles en Donostia.

Reseña de Álvaro Pérez Sánchez
